miércoles, 1 de junio de 2011

Opiniones y Decisiones


              Voy a contar una historia simple, ficticia, aunque bien mirado podría ser el “día a día” de cualquier persona. La historia empieza así:

              Eran las seis de la manaña de un lunes. El despertador comenzó a sonar y el señor X se levantó malumorado de la cama… como todos los lunes. Después de un rápido aseo y un aún más rápido desayuno se monta en el coche para ir a trabajar, saliendo muy temprano para así evitar el típico atasco mañanero, si bien nunca es lo suficientemente temprano, y lo menos necesita tres cuartos de hora en llegar a la oficina.

              Durante el trayecto, como todas las mañanas, logra alcanzar la iluminación persona a través de los gritos e insultos que profiere en el coche. Una especie de mantra personal en el que menciona a todos los familiares, vivos y muertos, del resto de los conductores. Un desahogo muy necesario a esas horas, pues cuando por fin aparca el coche, su alma ya está purificada y lista para afrontar el trabajo con mejor pie, además de servirle como sustituto fuerte a la cafeína pues gracias a ese mantra los últimos retazos del reino de Oneiros desaparecen de su mente.

              Al salir del coche, como todas las mañanas, se encuentra con una compañera de trabajo, la cual, al igual que él, también sale temprano para evitar atascos. A veces llega ella antes, a veces llega él,  pero ya se ha convertido en costumbre para ambos que el que primero llegue espere al otro antes de entrar a trabajar. Como es lunes, aún se toman su tiempo para charlar de lo que cada uno ha hecho el fin de semana y se fuman un cigarro tranquilamente a la puerta. Al terminarlo siguen charlando animados mientras entran en el edificio. Las puertas se abren y él la deja pasar primero mientras busca su identificación para enseñar al guarda. Se despiden (trabajan en alas diferentes) y quedan para la mañana del día siguiente.

              La mañana transcurre tranquila, pues aunque hay trabajo (siempre hay trabajo), los proyectos nuevos aún se encuentran en fase de discusión, de forma que nuestro protagonista puede permitirse el lujo de tomarse las cosas con calma, pues sabe que cuando le entreguen el nuevo proyecto, no tendrá ni un segundo libre hasta terminarlo. Así que aprovecha para adelantar trabajo, para hacer un poco de vida social en la oficina (algo que sólo puede permitirse en casos así) y disfrutar de un lunes tranquilo.

              Al mediodía sale a comer con el resto de los compañeros, pero esta vez, al ser más tranquilo el día, deciden no comer en el comedor de la empresa, sino acercarse a uno de los restaurantes de comida rápida que hay cerca. Unas porciones de pizza y unos refrescos. Puede que no sea una comida sana ni nutritiva, pero de vez en cuando apetece darse un capricho y, aunque la comida de la empresa no es mala, sí que se vuelve un poco repetitiva con el tiempo.

              Durante la comida se habla del partido del domingo (de cómo el árbitro les robó el segundo gol), de los problemas del mundo y de cómo lo arreglarían ellos en dos días, de lo guapa que estaba hoy la secretaria del jefe, de lo mal que le queda el peinado nuevo a la encargada de planta, y de lo mucho que falta aún para que puedan tomarse las vacaciones. Todas ellas conversaciones intranscendentes (salvo la del futbol, que encendió pasiones) cuyo único objetivo es liberar tensión y alegrar el ambiente.

              A la tarde otras tres horas de trabajo tranquilo hasta que se anuncia que los proyectos están listos y se repartirán mañana (hoy ya no da tiempo a empezarlos), por lo que el señor X decide que, en vista que los próximos días estará muy ocupado, hoy es un buen día para quedar con la novia y tener una cita tranquila… pues cuando se dan proyectos se sabe cuando se empiezan, pero nunca cuando se terminan.

              Recoge a la novia en su trabajo y se la lleva a cenar al restaurante preferido de ambos. Aún cuando las recomendaciones del chef tienen buena pinta, hoy prefieren disfrutar de un plato ya conocido y se deciden por un arroz con sepia para compartir entre ambos. La cena transcurre tranquila y alegre. Y deciden terminar la velada en casa, disfrutando de que aún llevan poco tiempo de noviazgo y por lo tanto aún hay pasión entre ellos, como demuestran efusivamente en el largo paseo que va desde el restaurante hasta la casa. Luego se duermen abrazados y el día termina.

             

              Así termina una historia sencilla. Un día en la vida de una persona cualquiera. Nada raro… o al menos eso parece. Volved a leerla. ¿Habéis encontrado algo raro? Releedla una vez más ¿Seguís sin ver nada extraño?

              ¿A qué viene esto? Esto viene a que el viernes pasado se aprobó el anteproyecto de la ley de Igualdad de Trato y no Discriminación, la cual a partir de ahora se llamará “Ley Pajín”, en honor de la diseñadora. Según esta ley nos está prohibido pensar y actuar. Y punto. No hay más que decir. Y para demostrarlo he escrito esa breve historia que, en un principio, no tiene nada de “paranormal”. Pero según la “Ley Pajín” podemos analizarla como un compendio de las cosas que no se pueden hacer ni decir ni opinar ni tan siquiera pensar. Vamos a enumerarlas una a una:

1.   El señor X grita malhumorado en el coche, profiriendo insultos de toda índole al resto de los conductores. Ya podemos ver aquí un delito grave.
2.   El señor X deja pasar a su compañera de trabajo en la puerta. Otro delito grave.
3.   No come en el comedor de la empresa con el resto de los trabajadores. Otro delito grave.
4.   Durante la conversación se habló de futbol. Otro delito grave
5.   Durante la conversación se habló de mujeres. Otro delito grave
6.   Se elige una cena diferente a las recomendaciones del chef. Otro delito grave.
7.   Manifestaciones de afecto públicas. Otro delito grave.

              ¿Cómo es posible que en un día normal para cualquier persona se cometan tantas infracciones? ¿Cómo es posible que en lo que en un principio parecía un día inocente se hayan podido romper tantas leyes? Bueno… en realidad sólo se ha roto una ley, pero tan extensa y amplia que vale por varias. La Ley Pajín. Una ley que permite este tipo de tonterías. Donde cualquier persona ve un día normal, esa ley ve una infracción tras otra (es decir, mucho dinero para las arcas estatales, pues las multas no son pequeñas, precisamente… si por ir con un exceso de velocidad de 300 Km/h por una carretera de 50 se multa con 600 euros; por cualquiera de estas acciones mentadas antes, se podría multar con hasta 60.000 euros… o incluso más según la opinión del juez).

              La nueva Ley Pajín determina que la infracción por discriminación es cosa probada y cierta, y por lo tanto es el acusado el encargado de demostrar su inocencia, lo que significa que cualquiera puede denunciar por discriminación, que como es la otra parte la que ha de demostrar que es inocente (algo que, por otra parte, resulta casi imposible), al final casi siempre saldrá ganando.

              Como en el caso anterior, que si el portero ve que el Señor X deja pasar a la compañera de trabajo, puede formular denuncia por “acoso”, por “discriminación”, por “machismo”, etc., y será el Señor X el encargado de demostrar que si dejó el paso fue por pura educación (ahora bien, ¿cómo diablos se puede demostrar algo así?). Claro que de igual manera podrías denunciarlo por las mismas causas en el supuesto de que pasase él primero y la dejase a ella con la puerta en la mano.

              El resto de los compañeros de trabajo podrían denunciarlo por haberse marchado con otros amigos a comer fuera, y se sienten discriminados por él.

              Los habituales del bar donde comieron no gustan del futbol, y por lo tanto se sintieron discriminados cuando el Señor X y sus amigos comentaron el partido del día anterior.

              Al hablar de mujeres, la camarera del local rápidamente tomó nota y puso una denuncia por acoso y discriminación machista.

              En la cena el chef se siente insultado en su orgullo y por lo tanto discriminado, cuando los “tortolitos” se decantan por un plato diferente al que él les ha recomendado.

              Los solteros que paseaban por la noche se sienten discriminados y en plan “Forever Alone”, cuando ven a la parejita besarse en cada soportal.

              Aún cuando haya gente que me diga que me estoy pasando tres pueblos con estos ejemplos, aún cuando haya gente que me diga que esto es exagerar el propósito de la Ley… en realidad no he dicho nada que no se puede hacer al amparo de dicha ley. Podremos poner denuncias a diestro y siniestro, y sin necesidad de preocuparnos por las consecuencias. Y lo mismo pasará con nosotros, que nos denunciarán por todo, pues No Existe Conducta Que No Sea Discriminatoria Para Alguien.

              El ser humano vive de la discriminación. Vive de las diferencias. Las decisiones que tomamos todos los días implican necesariamente una discriminación, sea a personas (voy al cine a ver una película porque me gusta más su reparto que otra en la que no me caen bien sus actores), sea a objetos (escribo con bolígrafo en lugar que con pluma), sea a opciones (corto el césped hoy, o me tumbo a la bartola toda la tarde)… Según esta nueva Ley, por el mero hecho de decir: “Yo opino…”, independientemente de lo que vaya después, ya te pueden denunciar, pues una opinión implica necesariamente una discriminación. Por ejemplo si opino que el helado de chocolate es más rico que el de vainilla, ya estoy discriminando al de vainilla. Si opino que el creacionismo es una tontería, estoy discriminando a los que opinan de diferente forma.

              Por lo tanto, esta ley va en contra de la libertad de la gente a tener unas ideas diferentes. Esta ley va en contra de la mismísima realidad. Y la verdad es que me recuerda mucho a la escena de “La vida de Brian” donde Stan (la hermana Loreta) decide que quiere ser mujer y quiere tener hijos, y que está en su derecho a luchar contra los romanos por ello (a lo que los demás le dicen que es una lucha contra la realidad).

              Para que esta ley se cumpliese de forma normal y sin problemas sería necesario un nuevo mundo, donde no existiesen ni hombres ni mujeres, donde todo ser vivo fuese un clon, donde no existiese inteligencia y donde todos fuesen idénticos en todos los aspectos (tanto en apariencia como en pensamiento y obra). En cualquier otra situación, intentar regular legalmente el vivir de las personas es tan absurdo como sacar una ley que condenase al Sol por dar luz. Poder se puede, pero jamás se cumpliría, pues es imposible. Regular el pensamiento de las personas es lo mismo. Poder se puede, pero es imposible de cumplir. No podemos pensar de una forma determinada porque nos obliguen a ello. Pensamos lo que queremos. Opinamos lo que queremos. Actuamos como queremos. Podemos regular las actuaciones, nunca las opiniones o pensamientos. Pues la primera podremos evitarla (o castigarla si no la pillamos a tiempo); pero las otras dos son inherentes al ser humano y jamás se podrán reconducir según las opiniones de un tercero.

              Es más, esa misma ley me está discriminando a mí (y a cualquier otro que opine como yo), pues nuestra querida Leire Pajín opina distinto a nosotros, y por lo tanto nos discrimina por pensar diferente.

              Cada día que pasa entiendo menos a los políticos que nos gobiernan. Tanto dinero gastado en tonterías como estas, y aún tienen la cara de decir que lo hacen por nuestro bien. Aún tienen la cara de decir que es un dinero bien invertido. Aún tienen la cara de decir que hay que subir los impuestos para pagar todas estas tonterías. Y luego aún tendrán la cara de culparnos a los ciudadanos cuando este tipo de leyes no den ningún resultado real (salvo a nivel de las arcas estatales, pues con tanta multa se van a forrar; porque lo que es a nivel individuo, no hay ninguna situación en la que se pueda sacar nada positivo). 

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