sábado, 11 de julio de 2009

Cronicas de los Cinco Vientos: El Campeonato

Ahora entiendo muchas cosas que no podía explicar antes. La idea de mi padre de escribir y llevar un diario de mi vida cobra un nuevo sentido. Pues la vida que he llevado hasta el momento no es más que una parte insignificante del todo. El tener escrito esto me permite ver como cambian las cosas y como puedo introducir dos vidas diferentes en un único cuerpo. Pues todo cuanto he vivido como Mirumoto Shiro, hijo de Mirumoto Tetsui, no es más que un “añadido” a la historia de la vida de Shiro, hijo de Kiteshi (conocido entre los rokuganeses como Ryoshun, el Dragón de la Muerte, y también como Kiteshi, Trueno Dragón), y Dohi Shizue (conocida por los rokuganeses como Trueno Grulla).

Así pues soy un hengen youkai ryu. Soy un dragón en todo el sentido de la palabra. Un cambiaformas que viene de Tengoku, hogar de mis padres (si bien también se pasan a menudo por el Yomi, el hogar de los ancestros bendecidos, y por el Meido, donde trabaja mi padre… un trabajo duro, pero que alguien ha de hacer).

Nací en el propio Tengoku y allí crecí hasta alcanzar una edad más que adulta para un mortal. Con treinta primaveras en mi haber seguía siendo una especie de parásito, viviendo en la casa paterna y vagueando día y noche. Después de todo al ser mis padres grandes personalidades en ese reino (mi padre sobre todo, pues Él es un Kami mayor) nunca tuve la necesidad de hacer nada por mí mismo.

Esa actitud hacia todo cuanto me rodease me trajo unos cuantos enfrentamientos con mis viejos. Por una parte manteníamos las riñas típicas de padres e hijos, pero por otra ya empezaba a cansar el hecho de seguir viviendo de gorra en su casa. Pero por mi parte no había nada que me impulsase a buscarme los garbanzos.

Tal vez al poseer la sangre de dos seres divinos que habían logrado ganarse esa divinidad como humanos, hacía que mi mera existencia en el Tengoku no me aportase ningún aliciente. Así que un día, catorce años atrás, mis padres me llamaron y me dieron un ultimátum. Debía bajar a Rokugan y ganarme un nombre. Debería ser capaz de hacerme un nombre y una reputación que diese honor a la familia de la que procedía. Después de todo no sólo mis padres pertenecen al Orden celestial, sino también mi abuelo, el primer Dragón: Togashi.

Aunque en un principio la idea me pareció totalmente descabellada (después de todo la vida no me iba mal allí… hacía lo que quería, cuando quería y como quería, y, siempre que me mantuviese dentro de unos límites, no tenía ningún tipo de repercusión negativa). Pero recuerdo que mi abuelo vino a visitarme y me llevó de paseo a un apartado donde me dio a entender que no sería tan mala idea… y me convenció. Una de las razones que dio fue que vivir como humano me daría un objetivo en la vida (algo de lo que carecía), así como un sentimiento de permanencia al Orden Celestial, tanto humano como divino. Pues los dragones (aunque menor, yo soy un dragón) podemos hacernos pasar por humanos, de una forma tan perfecta que nadie se podría dar cuenta de que no lo somos. Esa fue una de las razones… la otra (y principal) queda entre mi abuelo y yo… hay secretos que es mejor no desvelar.

Así que accedí al “trabajo”. Y eso que venía con pegas. Pues no bajaría a la Tierra a suplantar a algún humano y así ganarme un destino, sino que bajaría directamente como humano, naciendo de mujer, con mi memoria borrada y mis poderes divinos sellados. Situación que permanecería hasta alcanzar la mayoría de edad. En ese momento me pareció una mala idea, pero como tenía fresca la conversación con el yayo, acepté de todas formas… y así empezó la vida de Mirumoto Shiro… un niño humano como cualquier otro, que creció hasta cumplir los 14 años, momento en el que recuperó los recuerdos de su otra vida… mi vida. Incluso he recuperado mi esencia de dragón, aunque limitada al más bajo nivel entre los dragones menores, pues he de ganarme mi propio nombre y poder (condición que acepté sin darme cuenta de lo que significaba… uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde). Ahora mismo lo único que me queda de mi divinidad es la posibilidad de regresar a mi forma real (como dragón… un tanto enclenque y esmirriado, pero dragón al fin y al cabo) y poco más. El resto de mi poder lo iré ganando mientras viva.

Puede que sea un dragón. Puede que sea el hijo de Kiteshi y Shizue. Pero por ahora mi misión es la de ser un simple humano, un samurai Mirumoto, debiendo pasar por humano a los ojos de todos. Cumpliendo con la vida que me he autoimpuesto… después de todo, al haber vivido como humano y tener los recuerdos de una vida humana en mi haber, puedo decir que ya sé que es lo que me faltaba en Tegoku. La experiencia y el conocimiento que sólo con la vida se adquiere. Así que cuando vuelva a ver a mi padre (el real) podré decirle que no hay nada que perdonar… sino todo lo contrario, pues esta oportunidad que me ha dado es algo que por mi mismo nunca hubiera encontrado, y que realmente necesitaba.

Y ahora que ya está contado todo lo necesario sobre mi doble origen, he de regresar al momento en que, a falta de unos días para mi cumpleaños mortal (momento en que aún no había recuperado mis recuerdos) mi padre me llamó para hacerme entrega de unas cosillas que en aquel entonces no tenía ni idea de lo que podían significar en mi futuro. Un daisho (la katana y el wakizashi que habían pertenecido a la familia de su mujer durante generaciones… nemuranai despertados) de una manufactura exquisita con un brillo interior tan fuerte que sólo al posar las manos en ellos se podía intuir su poder. Y una carta del campeón del clan Dragón, en la que se me instaba a representar a la familia Mirumoto en el Campeonato Topacio que se celebraría por primera vez desde la caída de El Que No Debe Ser Nombrado y el ascenso de Toturi I como emperador de Rokugan. Así como una carta de paso entre los distintos territorios que habría de cruzar para llegar a la Capital. Un viaje que me llevaría una semana aproximadamente

Si bien es cierto que mi apariencia podría resultar chocante, por un lado un daisho de valor incalculable, y por otro unas ropas raídas y sucias (amén de una apariencia física curiosa en aquella época, pues mi pelo es blanco y mis ojos son verdes, así como una marca de nacimiento con forma de dragón blanco en mi espalda… un regalo de despedida de mi viejo); tampoco es que me preocupase mucho, pues mis contactos con otros seres humanos se limitaban a mi padre y a los dos eta que nos servían de sirvientes en la cabaña… por lo que no cabía en mi mente nada extraño con ello.

Fue al tercer día de viaje (justo el día de mi cumpleaños) cuando mis recuerdos volvieron a mí. En ese momento tuve una visita inesperada… mi madre. Estaba ahorrando camino por un atajo que había encontrado, cuando en medio de un resplandor cegador apareció mi madre. Allí, después de una separación de 14 años, nos reencontramos como lo que éramos: familia. Y me dio un regalo que no podía dejar de aceptar (ya me dijo que era a espaldas de mi padre, pues en principio el propósito de mi vida como humano era aprender a arreglármelas por mi mismo, pero que aún así no podía permitir, como madre, que su hijo vistiese como un pordiosero). Me regaló un kimono de una calidad increíble. Con el diseño básico del clan Dragón (mon Mirumoto), pero en cuyo interior (lejos de cualquier mirada indiscreta) llevaba bordadas unas grullas (un recuerdo de su propio clan). De esta forma, cuando me presentase al torneo no tendría que hacerlo con las ropas que llevaba (lo cual sea dicho de paso, no sería demasiado apropiado… pero como no tenía otras, no me quedaba más opción).

Después de su despedida (con la promesa de seguir mis progresos con gran expectación… algo que me ilusiona, pero al mismo tiempo limita mis movimientos… pues nunca se sabe lo que estará viendo; y hay cosas que es mejor no mostrar a una madre… espero que el yayo me eche un cable… Él sabe por donde van los tiros), y al cabo de unos días más llegué a la frontera de las tierras Grulla, donde esperé pacientemente a que llegasen más participantes, pues aunque sé comportarme entre la sociedad de Tengoku, mis conocimientos de la sociedad humana son un tanto limitados. Así que preferí no dar demasiado la nota yendo acompañado por otros que me indicasen (aún sin saberlo) como hacer una vez en sociedad.

Así conocí a dos compañeros que luego se transformarían en amigos. Shigure, artesana del clan Grulla (el apellido familiar lo ganaría después, al superar su mayoría de edad en el torneo); una chica de mi edad que tenía como ventaja para mí que aún daba más la nota que yo, pues su forma de vestir era de todo menos discreta, al llevar la menor cantidad de ropa posible en todo momento (un verdadero regalo para la vista), consiguiendo así que cualquiera mirada se posase en ella y no en mí. Y luego está Ryosei, un ronin de nacimiento, que iba al torneo tanto para adquirir su mayoría de edad como para demostrar que, aún sin familia respaldándolo, podía llegar a lo más alto.

Durante la siguiente semana de viaje llegamos a conocernos bastante bien y a intimar bastante, compartiendo recuerdos y vivencias. Son buena gente y buenos amigos.

Una vez llegamos a la Capital ocurrieron varias cosas dignas de mención, al margen del propio torneo. El día anterior a comenzar las pruebas del torneo, la comitiva en la que viajaba el emperador hizo un alto en el camino (algo que jamás había sucedido) y el propio emperador, corriendo la cortina que cubría su carruaje, miró en la dirección en que nosotros tres nos encontrábamos y saludó con la mano. Momentos después volvió a moverse y las cosas siguieron como estaban… al menos para todos los demás, pues para nosotros tres ya no volverían a ser iguales.

Ninguno de los tres sabía a que se debía ese gesto. Todos pensábamos que estaba saludando a alguno de los otros dos. Al final supusimos que saludaba a alguien distinto que estaba detrás nuestra… pero aún cuando no se refería a nosotros, hemos de reconocer que nuestra situación cambió. Donde antes estábamos en una pensión de mala muerte (Shigure no, pues ella, como miembro del clan Grulla, tenía dormitorio en la academia), ahora pasamos a las dependencias VIP de la academia (incluida Shigure)… se nota que es bueno tener contactos… aún sin saberlo.

A partir de entonces empezó la presión, pues a los tres se nos exigía demostrar nuestro potencial más allá de lo que a cualquier otro, pues éramos los “elegidos” por el emperador. Y así empezaron las pruebas preliminares, en las cuales se demostraría si estábamos o no capacitados para ser llamados samurai.

Demostré que las enseñanzas de mi padre humano habían dado sus frutos en relación a las artes del combate, pero que hay un gran abismo entre teoría y práctica si tenemos en cuenta las enseñanzas de las relaciones personales y el comportamiento en la corte. Me consuela pensar que al menos el kimono que me regaló mi madre me debió ayudar a aparentar, que si llego a hacer el ridículo como lo hice con la ropa que iba a llevar, lo más probable es que me expulsasen para no volver jamás.

De todas formas el resto de las pruebas me permitió graduarme con buena puntuación en el previo, al igual que a mis dos amigos. Y así pudimos pasar al Torneo propiamente dicho.

Un torneo eliminatorio donde en base a duelos de iajutsu se decidían las rondas, hasta llegar al vencedor.

Aquí he de hablar con humildad y sin un ápice de falsa modestia. Gané el torneo, pero más por la inutilidad del resto de los participantes, que por mis propios méritos. Y lo mismo he de decir relativo a Shigure y a Ryoshei. Si bien fuimos los tres mejor clasificados (Shigure tercera y Ryoshei el finalista), el resto de los participantes no eran rivales a tener en cuenta. Supongo que al ser el primer torneo en tanto tiempo, la elección de candidatos al torneo se debió centrar más en la cantidad que en la calidad.

De todas formas, gracias a este puesto obtuve un daisho de gran calidad como regalo. Así como algo de dinero (en realidad una pequeña fortuna… acostumbrado como estaba a sobrevivir con lo puesto, casi pensé en retirarme) y una reputación que ahora deberé mantener. Mis amigos también recibieron premios por su puesto en el torneo, si bien no tan sustanciosos como el mío.

Aunque ahora viene lo más curioso del asunto.

Resulta que al terminar el torneo recibí una carta de un emisario Miya (una de las familias imperiales) en la que se me citaba personalmente a una entrevista personal. Sin saber bien a que atenerme accedí (aunque en realidad no tenía posibilidad de negarme) y acudí a la misma.

En una sala privada del Palacio me encontré con que había dos hombres, uno bastante mayor, el otro de la edad aproximada de mi padre humano, esperándome. Ambos tenían cierto aire familiar.

Allí me enteré de ciertas cosillas interesantes. Resulta que la esposa de mi padre humano, la mujer que murió al darme a luz, era la hija de uno de ellos, y el daisho que ahora portaba le había pertenecido a él: Mirumoto Kenji. Era mi abuelo.

El otro era mi tío, el hermano de mi madre. Miya Masaru, que aunque había nacido Mirumoto, había entrado a formar parte del clan imperial Miya por matrimonio.

Allí reunidos me explicaron que la decisión de mi padre de abandonar el clan y tomar el camino del guerrero había decepcionado mucho las esperanzas de ambos. Pues con mi nacimientos se daba paso a una nueva generación que debería seguir el camino del servicio al Imperio. Y que al llevarme consigo a su peregrinaje, siendo yo aún un bebé y por tanto no una persona, la decisión tomada por mi padre pasaba mí. Pero que ahora al haber cumplido la mayoría de edad y haberme graduado (con gran honor al haber ganado el campeonato), volvía a estar mi mano el tomar la decisión. Si seguir el camino del guerrero como había hecho mi padre antes que yo, o bien retomar el código del bushido y regresar con honor a la función que debería haber tomado él.

Además, al haber quedado como Campeón, se me habría la posibilidad de empezar a trabajar como Magistrado Esmeralda. Puesto en el cual, al margen de Clanes y Familias, la única autoridad que regiría mi vida sería el propio Emperador (en realidad toda la cadena de mando hasta llegar a mi posición, que sería la del último de la fila… pero por algo se empieza).

No necesité pensarlo demasiado, pues ahora que ya conocía mi origen al completo, el auténtico propósito de mi llegada al mundo humano era el de obtener vivencias. Y las que podría darme el camino del guerrero ya las conocía (y la verdad eran un poco aburridas de tan repetitivas). Así que acepté.

Además tendría un bonus, pues como Magistrado Esmeralda podría contratar ayudantes para el trabajo, y así no tendría que separarme de mis nuevos amigos, pues podría tenerlos como ayudantes (aunque de cara a la galería yo sería el jefe y ellos los empleados, en el fondo seguiríamos siendo los tres colegas que aprobaron juntos el examen de mayoría de edad). Y, aunque sé que Shigure tendrá que pensárselo, por lo todo lo que conlleva ese nuevo puesto, también sé que Ryosei no dudará en aceptar… después de todo, qué mayor honor hay para un ronin que el servir a un alto cargo.

Y por ahora es todo lo que contar. Tal vez más adelante, cuando hayamos adquirido nuevas experiencias y vivencias pueda seguir con este diario. Hasta entonces, habrá que seguir con el día a día… a ver que pasa.

Cronicas de los Cinco Vientos: Origen

Falta poco más de una semana para mi catorceavo cumpleaños y mi padre me ha dicho que para entones habré de superar la prueba más difícil de mi vida. Donde deberé elegir mi destino.

Como previo a la misma me ha dicho que debo hacer balance de mi vida hasta el momento, y para ello me ha provisto de pergaminos, pincel y tinta; pues así, al tenerlo escrito, podré analizar mis vivencias y tomar una decisión de forma más acertada.

Nunca se me ha dado bien esto de escribir, pero no me queda más remedio, así que procuraré hacerlo con el menor número de faltas ortográficas posibles (si bien para ello emplearé kana en lugar de kanji, pues mi dominio de estos últimos es un tanto lamentable).

Empezaré con mi nombre: Mirumoto Shiro. Y con una breve descripción de mi situación al nacer (si bien esta descripción es más el recuerdo de lo que mi padre de contó años después que lo que mi memoria de aquel entonces pueda retener). Mi padre, Mirumoto Tetsui, a la muerte de su esposa durante mi nacimiento, recibió en sueños la visita de Ryoshun, el Kami custodio de la vida y la muerte, quién le dio el encargo de anunciar su retirada del clan Dragón y dedicarse al camino del guerrero. Y a ese viaje debería llevarme a mí, aún un bebé, para educarme como bushi, hasta alcanzar la mayoría de edad.

A partir de ese momento, y con el rechazo de su familia (una cosa es ver dioses en sueños y otra muy distinta decirlo abiertamente… mi padre será muchas cosas, pero no tonto) por su decisión, marchó hacia las montañas, donde en una pequeña cabaña apartada en las montañas cercanas a La Ira de los Kami (el volcán que hace años causó una gran fiesta de fuegos artificiales). Allí se dedicó a entrenar su arte y a educarme a mí en el mismo, así como en los conocimientos necesarios para llegar a ser un buen samurai.

Y desde que tengo memoria siempre ha sido así. Entrenamiento y más entrenamiento. Tanto en las artes de la espada como en las artes de la corte (si bien en este caso se trataba más de la teoría que de la práctica, pues aún ahora, a punto de cumplir mis 14 años y alcanzar la mayoría de edad, mi único contacto humano ha sido el viejo) y las bases del honor. Al menos he de reconocer que no fue tan malo como pueda entenderse, pues cada diez días de entrenamiento mi padre me concedía un día de descanso en el cual podía ir a donde quisiera y hacer lo que quisiera.

Y es de esos días de los que quisiera hablar, pues de los otros no es que haya mucho que contar. Durante esos escasos días en los que mi libertad era absoluta, pues desde que me levantaba hasta que llegaba la hora de regresar a casa, no tenía nada más que hacer que divertirme… y eso hacía. Esos días siempre me levantaba más temprano que de costumbre, intentando exprimir al máximo las horas de libertad que me brindaban. Gracias a eso aprendí a moverme por los montes y montañas cercanos, a camuflarme en los bosques y a pasar desapercibido (la otra opción era ser devorado por los animales salvajes que siempre se pueden encontrar en esas tierras). Aprendí también a valerme por mi mismo, a la hora de conseguir comida y resguardo de la lluvia y las inclemencias del tiempo.

Fueron esos días libres los que me dieron el conocimiento y la experiencia necesaria para superar una de las pruebas que mi padre me impuso en el entrenamiento, al cumplir los 12 años. Una prueba de supervivencia, en la cual, durante el tiempo que fuese necesario, debería estar en la montaña de al lado de nuestra cabaña, subsistiendo con mis propios medios, y meditando hasta alcanzar la visión que me indicase que era hora de volver.

Reconozco que mi primera idea era la de pasar el mayor tiempo posible de libertad, por lo que acepté encantado esa prueba. Pero a medida que pasaban los días, el aburrimiento se hacía más y más insoportable. Tantos años de entrenamiento se habían transformado en un hábito y la inactividad se me hacía insufrible. Fue entonces cuando entendí el propósito de la prueba, que no era otro que el de darme cuenta de que por mucho que mis deseos intentasen controlar mi vida (el deseo de diversión, el deseo de vaguear), mi propio yo consciente estaba entrenado para dominarlos y controlarlos. Pero ese conocimiento no me servía como “visión”. Mi cometido durante esa prueba era la meditación, adquirir el control sobre mi propio ser hasta poder encontrar esa visión que me permitiera regresar.

Y he de decir que no tuve una, sino dos de ellas. El problema es que la primera no puedo calificarla de “visión reveladora”, sino más bien de “visión alucinógena”. Es probable que la carencia de sueño, junto con las setas que había comido ese día tuvieran algo que ver… claro que nunca lo sabré con certeza. Intentaré relatarlo con la máxima exactitud, tal vez así, al tenerlo escrito, pueda encontrarle otro sentido.

Era de noche. Llevaba toda la tarde en la posición del loto, a la orilla de un riachuelo que tenía cerca de la cueva donde me refugiaba. El estómago no paraba de darme avisos de que la comida había sido escasa (y tal vez en no demasiado buenas condiciones), así que cuando no pude acallar durante más tiempo esos rugidos y retortijones provenientes de mi interior, y dándome cuenta de que para meditar hay que estar en paz con uno mismo, decidí hacerle una visita a la madre naturaleza y “abonar” el bosque.

Había terminado de “comulgar con la naturaleza” cuando escuché un ruido que venía de cerca. Era una especie de zumbido sordo, como el que se produce al frotar dos hojas de pergamino, pero continuo. Sin saber muy bien que me iba a encontrar, me acerqué en silencio, procurando no descubrir mi presencia. En un claro cercano a donde había estado meditando se encontraba posado un enorme pájaro brillante, como si fuese de metal. De forma antinatural emitía luz desde la piel como escamas incendiadas, pero de un color azulado. Y cuando ya no parecía haber nada más extraño, la barriga del ser se acercó a tierra y se abrió dejando salir dos formas, básicamente humanoides, pero también brillantes y metálicas. No parecía que llevasen armas, por lo que pude deducir que se trataba de simples seres inferiores al servicio del demonio que los había creado. Así que, aunque yo tampoco llevaba armas, mi propio cuerpo se puede considerar una, y, aunque mi estómago me decía que sería mejor volver a “comulgar con la naturaleza”, mi mente no podía permitir que seres tales demonios campasen a sus anchas por tierras Dragón. Así que seguí agazapado, esperando el momento de atacar. Los seres no parecieron darse cuenta de mi presencia y se dedicaron a recoger plantas y agua del regato cercano, momento que aproveche, ya que estaban de espalda, para hacer mi entrada y derrotarlos… claro que del dicho al hecho hay un trecho. Fue salir corriendo de mi escondite en su dirección y tropezar con una raíz escondida. Mi gozo en un pozo. Evidentemente ellos se dieron la vuelta y avanzaron hacia mí, señalándome uno de ellos con un objeto raro, mientras el otro le decía cosas en un idioma desconocido. Del objeto surgió una luz azulada y lo siguiente que recuerdo es despertar en el sitio en que caí, sin ninguna prueba de que lo que había pasado fuera algo más que un sueño.

Definitivamente hay que conocer bien las setas para poder llevárselas a la boca.

Después de esa “visión” seguí entrenado con más fuerza aún, intentando lograr encontrar el camino de regreso a casa (metafóricamente hablando). Todas las mañanas las dedicaba al entrenamiento y las tardes a meditar… hasta que un día, casi dos meses después de empezar la prueba, recibí la esperada señal. Había regresado a la cueva a dormir, y en sueños se me apareció un dragón. Era de un blanco puro, como la nieve recién caída. Poseía en sus ojos carmesí un poder tan desmesurado que inmediatamente me di cuenta de quién era. Se trataba de Ryoshun, el Dragón de la Muerte.

Aunque pueda parecer extraño, no me asusté en su presencia, fue como si en lo más profundo de mi ser, conociese a ese dragón… como si una especie de conexión mística nos uniese… más que conexión, familiaridad. Y sus palabras escondían emociones que jamás hubiera podido preveer en alguien como Él… cariño, afecto. ¿Dónde queda la imagen que tenemos los rokuganeses del Dragón de la Muerte? ¿Qué ha sido de ese ser de Justicia que nos juzga al morir para decidir nuestra próxima reencarnación? Lo único que me dijo fue:

>> Pronto llegará el momento en que todo te será revelado. Hasta entonces vive en paz y disfruta de esta libertad que tanto tiempo has ansiado. Ya no está en mis manos hacer más, ahora eres tú el dueño de tu destino. Cuando el momento llegue, espero que puedas perdonarme. Hasta la próxima.

Cuando desperté me di cuenta de que la señal había llegado y que era el momento de regresar. Mi padre no preguntó cuál había sido el motivo de mi regreso, ni cual la señal que había recibido. Y yo no dije nada. Este es un secreto que nos pertenece a Ryoshun y a mí. Además de que no entendí demasiado que es lo que quería decirme… ¿porqué necesitaba un Kami mi perdón?

Han pasado casi dos años desde entonces y sigo sin conocer la respuesta. Tal vez aquello sólo haya sido un sueño. Tal vez mi mente entendió que había llegado la hora de dejar el aislamiento y retomar el entrenamiento. Tal vez mi ser más profundo tenía morriña y ansias de regresar al hogar. Pero la duda de si aquel sueño fue realmente una señal me perseguirá por toda mi existencia mortal. Pues sé que el día que muera y me encuentre cara a cara con Ryoshun podré por fin salir de dudas.

Ahora ya sólo queda esperar a que llegue mi cumpleaños. Seguiré con el entrenamiento y trazaré mi propio destino.

Cronicas de los Cinco Vientos: Presentación

Este blog lo empleo casi de forma exclusiva en criticar el mundo actual, en poner por escrito esas reflexiones que tanto me acompañan en las charlas de café con los amigos mientras se intenta arreglar el mundo (aunque hay que reconocer que sin mucho éxito).

De todas formas, y al ser un mecanismo de escritura, he decidido darle un enfoque un poco más amplio. Pues, además de esas reflexiones (que no voy a parar de hacer... espero), voy a empezar a contar una historia. Una historia que no me pertenece aunque la escriba yo, pues es la de unos personajes de un juego de Rol (La Leyenda de Los 5 Anillos).

Aunque la primera parte sí es propia (es la historia del protagonista antes de conocer a sus compañeros de aventura), el resto se irá escribiendo a medida que avancen las partidas, y los sucesos que ocurran en ella serán las gambadas que cometamos en las partidas, narrando las pifias y los críticos. Novelando un poco las risas que nos echemos en esas tardes de roleo.

Esperando que os gusten estas vivencias fantásticas, aquí os dejo la primera parte de la historia de Shiro