sábado, 11 de julio de 2009

Cronicas de los Cinco Vientos: Origen

Falta poco más de una semana para mi catorceavo cumpleaños y mi padre me ha dicho que para entones habré de superar la prueba más difícil de mi vida. Donde deberé elegir mi destino.

Como previo a la misma me ha dicho que debo hacer balance de mi vida hasta el momento, y para ello me ha provisto de pergaminos, pincel y tinta; pues así, al tenerlo escrito, podré analizar mis vivencias y tomar una decisión de forma más acertada.

Nunca se me ha dado bien esto de escribir, pero no me queda más remedio, así que procuraré hacerlo con el menor número de faltas ortográficas posibles (si bien para ello emplearé kana en lugar de kanji, pues mi dominio de estos últimos es un tanto lamentable).

Empezaré con mi nombre: Mirumoto Shiro. Y con una breve descripción de mi situación al nacer (si bien esta descripción es más el recuerdo de lo que mi padre de contó años después que lo que mi memoria de aquel entonces pueda retener). Mi padre, Mirumoto Tetsui, a la muerte de su esposa durante mi nacimiento, recibió en sueños la visita de Ryoshun, el Kami custodio de la vida y la muerte, quién le dio el encargo de anunciar su retirada del clan Dragón y dedicarse al camino del guerrero. Y a ese viaje debería llevarme a mí, aún un bebé, para educarme como bushi, hasta alcanzar la mayoría de edad.

A partir de ese momento, y con el rechazo de su familia (una cosa es ver dioses en sueños y otra muy distinta decirlo abiertamente… mi padre será muchas cosas, pero no tonto) por su decisión, marchó hacia las montañas, donde en una pequeña cabaña apartada en las montañas cercanas a La Ira de los Kami (el volcán que hace años causó una gran fiesta de fuegos artificiales). Allí se dedicó a entrenar su arte y a educarme a mí en el mismo, así como en los conocimientos necesarios para llegar a ser un buen samurai.

Y desde que tengo memoria siempre ha sido así. Entrenamiento y más entrenamiento. Tanto en las artes de la espada como en las artes de la corte (si bien en este caso se trataba más de la teoría que de la práctica, pues aún ahora, a punto de cumplir mis 14 años y alcanzar la mayoría de edad, mi único contacto humano ha sido el viejo) y las bases del honor. Al menos he de reconocer que no fue tan malo como pueda entenderse, pues cada diez días de entrenamiento mi padre me concedía un día de descanso en el cual podía ir a donde quisiera y hacer lo que quisiera.

Y es de esos días de los que quisiera hablar, pues de los otros no es que haya mucho que contar. Durante esos escasos días en los que mi libertad era absoluta, pues desde que me levantaba hasta que llegaba la hora de regresar a casa, no tenía nada más que hacer que divertirme… y eso hacía. Esos días siempre me levantaba más temprano que de costumbre, intentando exprimir al máximo las horas de libertad que me brindaban. Gracias a eso aprendí a moverme por los montes y montañas cercanos, a camuflarme en los bosques y a pasar desapercibido (la otra opción era ser devorado por los animales salvajes que siempre se pueden encontrar en esas tierras). Aprendí también a valerme por mi mismo, a la hora de conseguir comida y resguardo de la lluvia y las inclemencias del tiempo.

Fueron esos días libres los que me dieron el conocimiento y la experiencia necesaria para superar una de las pruebas que mi padre me impuso en el entrenamiento, al cumplir los 12 años. Una prueba de supervivencia, en la cual, durante el tiempo que fuese necesario, debería estar en la montaña de al lado de nuestra cabaña, subsistiendo con mis propios medios, y meditando hasta alcanzar la visión que me indicase que era hora de volver.

Reconozco que mi primera idea era la de pasar el mayor tiempo posible de libertad, por lo que acepté encantado esa prueba. Pero a medida que pasaban los días, el aburrimiento se hacía más y más insoportable. Tantos años de entrenamiento se habían transformado en un hábito y la inactividad se me hacía insufrible. Fue entonces cuando entendí el propósito de la prueba, que no era otro que el de darme cuenta de que por mucho que mis deseos intentasen controlar mi vida (el deseo de diversión, el deseo de vaguear), mi propio yo consciente estaba entrenado para dominarlos y controlarlos. Pero ese conocimiento no me servía como “visión”. Mi cometido durante esa prueba era la meditación, adquirir el control sobre mi propio ser hasta poder encontrar esa visión que me permitiera regresar.

Y he de decir que no tuve una, sino dos de ellas. El problema es que la primera no puedo calificarla de “visión reveladora”, sino más bien de “visión alucinógena”. Es probable que la carencia de sueño, junto con las setas que había comido ese día tuvieran algo que ver… claro que nunca lo sabré con certeza. Intentaré relatarlo con la máxima exactitud, tal vez así, al tenerlo escrito, pueda encontrarle otro sentido.

Era de noche. Llevaba toda la tarde en la posición del loto, a la orilla de un riachuelo que tenía cerca de la cueva donde me refugiaba. El estómago no paraba de darme avisos de que la comida había sido escasa (y tal vez en no demasiado buenas condiciones), así que cuando no pude acallar durante más tiempo esos rugidos y retortijones provenientes de mi interior, y dándome cuenta de que para meditar hay que estar en paz con uno mismo, decidí hacerle una visita a la madre naturaleza y “abonar” el bosque.

Había terminado de “comulgar con la naturaleza” cuando escuché un ruido que venía de cerca. Era una especie de zumbido sordo, como el que se produce al frotar dos hojas de pergamino, pero continuo. Sin saber muy bien que me iba a encontrar, me acerqué en silencio, procurando no descubrir mi presencia. En un claro cercano a donde había estado meditando se encontraba posado un enorme pájaro brillante, como si fuese de metal. De forma antinatural emitía luz desde la piel como escamas incendiadas, pero de un color azulado. Y cuando ya no parecía haber nada más extraño, la barriga del ser se acercó a tierra y se abrió dejando salir dos formas, básicamente humanoides, pero también brillantes y metálicas. No parecía que llevasen armas, por lo que pude deducir que se trataba de simples seres inferiores al servicio del demonio que los había creado. Así que, aunque yo tampoco llevaba armas, mi propio cuerpo se puede considerar una, y, aunque mi estómago me decía que sería mejor volver a “comulgar con la naturaleza”, mi mente no podía permitir que seres tales demonios campasen a sus anchas por tierras Dragón. Así que seguí agazapado, esperando el momento de atacar. Los seres no parecieron darse cuenta de mi presencia y se dedicaron a recoger plantas y agua del regato cercano, momento que aproveche, ya que estaban de espalda, para hacer mi entrada y derrotarlos… claro que del dicho al hecho hay un trecho. Fue salir corriendo de mi escondite en su dirección y tropezar con una raíz escondida. Mi gozo en un pozo. Evidentemente ellos se dieron la vuelta y avanzaron hacia mí, señalándome uno de ellos con un objeto raro, mientras el otro le decía cosas en un idioma desconocido. Del objeto surgió una luz azulada y lo siguiente que recuerdo es despertar en el sitio en que caí, sin ninguna prueba de que lo que había pasado fuera algo más que un sueño.

Definitivamente hay que conocer bien las setas para poder llevárselas a la boca.

Después de esa “visión” seguí entrenado con más fuerza aún, intentando lograr encontrar el camino de regreso a casa (metafóricamente hablando). Todas las mañanas las dedicaba al entrenamiento y las tardes a meditar… hasta que un día, casi dos meses después de empezar la prueba, recibí la esperada señal. Había regresado a la cueva a dormir, y en sueños se me apareció un dragón. Era de un blanco puro, como la nieve recién caída. Poseía en sus ojos carmesí un poder tan desmesurado que inmediatamente me di cuenta de quién era. Se trataba de Ryoshun, el Dragón de la Muerte.

Aunque pueda parecer extraño, no me asusté en su presencia, fue como si en lo más profundo de mi ser, conociese a ese dragón… como si una especie de conexión mística nos uniese… más que conexión, familiaridad. Y sus palabras escondían emociones que jamás hubiera podido preveer en alguien como Él… cariño, afecto. ¿Dónde queda la imagen que tenemos los rokuganeses del Dragón de la Muerte? ¿Qué ha sido de ese ser de Justicia que nos juzga al morir para decidir nuestra próxima reencarnación? Lo único que me dijo fue:

>> Pronto llegará el momento en que todo te será revelado. Hasta entonces vive en paz y disfruta de esta libertad que tanto tiempo has ansiado. Ya no está en mis manos hacer más, ahora eres tú el dueño de tu destino. Cuando el momento llegue, espero que puedas perdonarme. Hasta la próxima.

Cuando desperté me di cuenta de que la señal había llegado y que era el momento de regresar. Mi padre no preguntó cuál había sido el motivo de mi regreso, ni cual la señal que había recibido. Y yo no dije nada. Este es un secreto que nos pertenece a Ryoshun y a mí. Además de que no entendí demasiado que es lo que quería decirme… ¿porqué necesitaba un Kami mi perdón?

Han pasado casi dos años desde entonces y sigo sin conocer la respuesta. Tal vez aquello sólo haya sido un sueño. Tal vez mi mente entendió que había llegado la hora de dejar el aislamiento y retomar el entrenamiento. Tal vez mi ser más profundo tenía morriña y ansias de regresar al hogar. Pero la duda de si aquel sueño fue realmente una señal me perseguirá por toda mi existencia mortal. Pues sé que el día que muera y me encuentre cara a cara con Ryoshun podré por fin salir de dudas.

Ahora ya sólo queda esperar a que llegue mi cumpleaños. Seguiré con el entrenamiento y trazaré mi propio destino.

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