sábado, 11 de julio de 2009

Cronicas de los Cinco Vientos: El Campeonato

Ahora entiendo muchas cosas que no podía explicar antes. La idea de mi padre de escribir y llevar un diario de mi vida cobra un nuevo sentido. Pues la vida que he llevado hasta el momento no es más que una parte insignificante del todo. El tener escrito esto me permite ver como cambian las cosas y como puedo introducir dos vidas diferentes en un único cuerpo. Pues todo cuanto he vivido como Mirumoto Shiro, hijo de Mirumoto Tetsui, no es más que un “añadido” a la historia de la vida de Shiro, hijo de Kiteshi (conocido entre los rokuganeses como Ryoshun, el Dragón de la Muerte, y también como Kiteshi, Trueno Dragón), y Dohi Shizue (conocida por los rokuganeses como Trueno Grulla).

Así pues soy un hengen youkai ryu. Soy un dragón en todo el sentido de la palabra. Un cambiaformas que viene de Tengoku, hogar de mis padres (si bien también se pasan a menudo por el Yomi, el hogar de los ancestros bendecidos, y por el Meido, donde trabaja mi padre… un trabajo duro, pero que alguien ha de hacer).

Nací en el propio Tengoku y allí crecí hasta alcanzar una edad más que adulta para un mortal. Con treinta primaveras en mi haber seguía siendo una especie de parásito, viviendo en la casa paterna y vagueando día y noche. Después de todo al ser mis padres grandes personalidades en ese reino (mi padre sobre todo, pues Él es un Kami mayor) nunca tuve la necesidad de hacer nada por mí mismo.

Esa actitud hacia todo cuanto me rodease me trajo unos cuantos enfrentamientos con mis viejos. Por una parte manteníamos las riñas típicas de padres e hijos, pero por otra ya empezaba a cansar el hecho de seguir viviendo de gorra en su casa. Pero por mi parte no había nada que me impulsase a buscarme los garbanzos.

Tal vez al poseer la sangre de dos seres divinos que habían logrado ganarse esa divinidad como humanos, hacía que mi mera existencia en el Tengoku no me aportase ningún aliciente. Así que un día, catorce años atrás, mis padres me llamaron y me dieron un ultimátum. Debía bajar a Rokugan y ganarme un nombre. Debería ser capaz de hacerme un nombre y una reputación que diese honor a la familia de la que procedía. Después de todo no sólo mis padres pertenecen al Orden celestial, sino también mi abuelo, el primer Dragón: Togashi.

Aunque en un principio la idea me pareció totalmente descabellada (después de todo la vida no me iba mal allí… hacía lo que quería, cuando quería y como quería, y, siempre que me mantuviese dentro de unos límites, no tenía ningún tipo de repercusión negativa). Pero recuerdo que mi abuelo vino a visitarme y me llevó de paseo a un apartado donde me dio a entender que no sería tan mala idea… y me convenció. Una de las razones que dio fue que vivir como humano me daría un objetivo en la vida (algo de lo que carecía), así como un sentimiento de permanencia al Orden Celestial, tanto humano como divino. Pues los dragones (aunque menor, yo soy un dragón) podemos hacernos pasar por humanos, de una forma tan perfecta que nadie se podría dar cuenta de que no lo somos. Esa fue una de las razones… la otra (y principal) queda entre mi abuelo y yo… hay secretos que es mejor no desvelar.

Así que accedí al “trabajo”. Y eso que venía con pegas. Pues no bajaría a la Tierra a suplantar a algún humano y así ganarme un destino, sino que bajaría directamente como humano, naciendo de mujer, con mi memoria borrada y mis poderes divinos sellados. Situación que permanecería hasta alcanzar la mayoría de edad. En ese momento me pareció una mala idea, pero como tenía fresca la conversación con el yayo, acepté de todas formas… y así empezó la vida de Mirumoto Shiro… un niño humano como cualquier otro, que creció hasta cumplir los 14 años, momento en el que recuperó los recuerdos de su otra vida… mi vida. Incluso he recuperado mi esencia de dragón, aunque limitada al más bajo nivel entre los dragones menores, pues he de ganarme mi propio nombre y poder (condición que acepté sin darme cuenta de lo que significaba… uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde). Ahora mismo lo único que me queda de mi divinidad es la posibilidad de regresar a mi forma real (como dragón… un tanto enclenque y esmirriado, pero dragón al fin y al cabo) y poco más. El resto de mi poder lo iré ganando mientras viva.

Puede que sea un dragón. Puede que sea el hijo de Kiteshi y Shizue. Pero por ahora mi misión es la de ser un simple humano, un samurai Mirumoto, debiendo pasar por humano a los ojos de todos. Cumpliendo con la vida que me he autoimpuesto… después de todo, al haber vivido como humano y tener los recuerdos de una vida humana en mi haber, puedo decir que ya sé que es lo que me faltaba en Tegoku. La experiencia y el conocimiento que sólo con la vida se adquiere. Así que cuando vuelva a ver a mi padre (el real) podré decirle que no hay nada que perdonar… sino todo lo contrario, pues esta oportunidad que me ha dado es algo que por mi mismo nunca hubiera encontrado, y que realmente necesitaba.

Y ahora que ya está contado todo lo necesario sobre mi doble origen, he de regresar al momento en que, a falta de unos días para mi cumpleaños mortal (momento en que aún no había recuperado mis recuerdos) mi padre me llamó para hacerme entrega de unas cosillas que en aquel entonces no tenía ni idea de lo que podían significar en mi futuro. Un daisho (la katana y el wakizashi que habían pertenecido a la familia de su mujer durante generaciones… nemuranai despertados) de una manufactura exquisita con un brillo interior tan fuerte que sólo al posar las manos en ellos se podía intuir su poder. Y una carta del campeón del clan Dragón, en la que se me instaba a representar a la familia Mirumoto en el Campeonato Topacio que se celebraría por primera vez desde la caída de El Que No Debe Ser Nombrado y el ascenso de Toturi I como emperador de Rokugan. Así como una carta de paso entre los distintos territorios que habría de cruzar para llegar a la Capital. Un viaje que me llevaría una semana aproximadamente

Si bien es cierto que mi apariencia podría resultar chocante, por un lado un daisho de valor incalculable, y por otro unas ropas raídas y sucias (amén de una apariencia física curiosa en aquella época, pues mi pelo es blanco y mis ojos son verdes, así como una marca de nacimiento con forma de dragón blanco en mi espalda… un regalo de despedida de mi viejo); tampoco es que me preocupase mucho, pues mis contactos con otros seres humanos se limitaban a mi padre y a los dos eta que nos servían de sirvientes en la cabaña… por lo que no cabía en mi mente nada extraño con ello.

Fue al tercer día de viaje (justo el día de mi cumpleaños) cuando mis recuerdos volvieron a mí. En ese momento tuve una visita inesperada… mi madre. Estaba ahorrando camino por un atajo que había encontrado, cuando en medio de un resplandor cegador apareció mi madre. Allí, después de una separación de 14 años, nos reencontramos como lo que éramos: familia. Y me dio un regalo que no podía dejar de aceptar (ya me dijo que era a espaldas de mi padre, pues en principio el propósito de mi vida como humano era aprender a arreglármelas por mi mismo, pero que aún así no podía permitir, como madre, que su hijo vistiese como un pordiosero). Me regaló un kimono de una calidad increíble. Con el diseño básico del clan Dragón (mon Mirumoto), pero en cuyo interior (lejos de cualquier mirada indiscreta) llevaba bordadas unas grullas (un recuerdo de su propio clan). De esta forma, cuando me presentase al torneo no tendría que hacerlo con las ropas que llevaba (lo cual sea dicho de paso, no sería demasiado apropiado… pero como no tenía otras, no me quedaba más opción).

Después de su despedida (con la promesa de seguir mis progresos con gran expectación… algo que me ilusiona, pero al mismo tiempo limita mis movimientos… pues nunca se sabe lo que estará viendo; y hay cosas que es mejor no mostrar a una madre… espero que el yayo me eche un cable… Él sabe por donde van los tiros), y al cabo de unos días más llegué a la frontera de las tierras Grulla, donde esperé pacientemente a que llegasen más participantes, pues aunque sé comportarme entre la sociedad de Tengoku, mis conocimientos de la sociedad humana son un tanto limitados. Así que preferí no dar demasiado la nota yendo acompañado por otros que me indicasen (aún sin saberlo) como hacer una vez en sociedad.

Así conocí a dos compañeros que luego se transformarían en amigos. Shigure, artesana del clan Grulla (el apellido familiar lo ganaría después, al superar su mayoría de edad en el torneo); una chica de mi edad que tenía como ventaja para mí que aún daba más la nota que yo, pues su forma de vestir era de todo menos discreta, al llevar la menor cantidad de ropa posible en todo momento (un verdadero regalo para la vista), consiguiendo así que cualquiera mirada se posase en ella y no en mí. Y luego está Ryosei, un ronin de nacimiento, que iba al torneo tanto para adquirir su mayoría de edad como para demostrar que, aún sin familia respaldándolo, podía llegar a lo más alto.

Durante la siguiente semana de viaje llegamos a conocernos bastante bien y a intimar bastante, compartiendo recuerdos y vivencias. Son buena gente y buenos amigos.

Una vez llegamos a la Capital ocurrieron varias cosas dignas de mención, al margen del propio torneo. El día anterior a comenzar las pruebas del torneo, la comitiva en la que viajaba el emperador hizo un alto en el camino (algo que jamás había sucedido) y el propio emperador, corriendo la cortina que cubría su carruaje, miró en la dirección en que nosotros tres nos encontrábamos y saludó con la mano. Momentos después volvió a moverse y las cosas siguieron como estaban… al menos para todos los demás, pues para nosotros tres ya no volverían a ser iguales.

Ninguno de los tres sabía a que se debía ese gesto. Todos pensábamos que estaba saludando a alguno de los otros dos. Al final supusimos que saludaba a alguien distinto que estaba detrás nuestra… pero aún cuando no se refería a nosotros, hemos de reconocer que nuestra situación cambió. Donde antes estábamos en una pensión de mala muerte (Shigure no, pues ella, como miembro del clan Grulla, tenía dormitorio en la academia), ahora pasamos a las dependencias VIP de la academia (incluida Shigure)… se nota que es bueno tener contactos… aún sin saberlo.

A partir de entonces empezó la presión, pues a los tres se nos exigía demostrar nuestro potencial más allá de lo que a cualquier otro, pues éramos los “elegidos” por el emperador. Y así empezaron las pruebas preliminares, en las cuales se demostraría si estábamos o no capacitados para ser llamados samurai.

Demostré que las enseñanzas de mi padre humano habían dado sus frutos en relación a las artes del combate, pero que hay un gran abismo entre teoría y práctica si tenemos en cuenta las enseñanzas de las relaciones personales y el comportamiento en la corte. Me consuela pensar que al menos el kimono que me regaló mi madre me debió ayudar a aparentar, que si llego a hacer el ridículo como lo hice con la ropa que iba a llevar, lo más probable es que me expulsasen para no volver jamás.

De todas formas el resto de las pruebas me permitió graduarme con buena puntuación en el previo, al igual que a mis dos amigos. Y así pudimos pasar al Torneo propiamente dicho.

Un torneo eliminatorio donde en base a duelos de iajutsu se decidían las rondas, hasta llegar al vencedor.

Aquí he de hablar con humildad y sin un ápice de falsa modestia. Gané el torneo, pero más por la inutilidad del resto de los participantes, que por mis propios méritos. Y lo mismo he de decir relativo a Shigure y a Ryoshei. Si bien fuimos los tres mejor clasificados (Shigure tercera y Ryoshei el finalista), el resto de los participantes no eran rivales a tener en cuenta. Supongo que al ser el primer torneo en tanto tiempo, la elección de candidatos al torneo se debió centrar más en la cantidad que en la calidad.

De todas formas, gracias a este puesto obtuve un daisho de gran calidad como regalo. Así como algo de dinero (en realidad una pequeña fortuna… acostumbrado como estaba a sobrevivir con lo puesto, casi pensé en retirarme) y una reputación que ahora deberé mantener. Mis amigos también recibieron premios por su puesto en el torneo, si bien no tan sustanciosos como el mío.

Aunque ahora viene lo más curioso del asunto.

Resulta que al terminar el torneo recibí una carta de un emisario Miya (una de las familias imperiales) en la que se me citaba personalmente a una entrevista personal. Sin saber bien a que atenerme accedí (aunque en realidad no tenía posibilidad de negarme) y acudí a la misma.

En una sala privada del Palacio me encontré con que había dos hombres, uno bastante mayor, el otro de la edad aproximada de mi padre humano, esperándome. Ambos tenían cierto aire familiar.

Allí me enteré de ciertas cosillas interesantes. Resulta que la esposa de mi padre humano, la mujer que murió al darme a luz, era la hija de uno de ellos, y el daisho que ahora portaba le había pertenecido a él: Mirumoto Kenji. Era mi abuelo.

El otro era mi tío, el hermano de mi madre. Miya Masaru, que aunque había nacido Mirumoto, había entrado a formar parte del clan imperial Miya por matrimonio.

Allí reunidos me explicaron que la decisión de mi padre de abandonar el clan y tomar el camino del guerrero había decepcionado mucho las esperanzas de ambos. Pues con mi nacimientos se daba paso a una nueva generación que debería seguir el camino del servicio al Imperio. Y que al llevarme consigo a su peregrinaje, siendo yo aún un bebé y por tanto no una persona, la decisión tomada por mi padre pasaba mí. Pero que ahora al haber cumplido la mayoría de edad y haberme graduado (con gran honor al haber ganado el campeonato), volvía a estar mi mano el tomar la decisión. Si seguir el camino del guerrero como había hecho mi padre antes que yo, o bien retomar el código del bushido y regresar con honor a la función que debería haber tomado él.

Además, al haber quedado como Campeón, se me habría la posibilidad de empezar a trabajar como Magistrado Esmeralda. Puesto en el cual, al margen de Clanes y Familias, la única autoridad que regiría mi vida sería el propio Emperador (en realidad toda la cadena de mando hasta llegar a mi posición, que sería la del último de la fila… pero por algo se empieza).

No necesité pensarlo demasiado, pues ahora que ya conocía mi origen al completo, el auténtico propósito de mi llegada al mundo humano era el de obtener vivencias. Y las que podría darme el camino del guerrero ya las conocía (y la verdad eran un poco aburridas de tan repetitivas). Así que acepté.

Además tendría un bonus, pues como Magistrado Esmeralda podría contratar ayudantes para el trabajo, y así no tendría que separarme de mis nuevos amigos, pues podría tenerlos como ayudantes (aunque de cara a la galería yo sería el jefe y ellos los empleados, en el fondo seguiríamos siendo los tres colegas que aprobaron juntos el examen de mayoría de edad). Y, aunque sé que Shigure tendrá que pensárselo, por lo todo lo que conlleva ese nuevo puesto, también sé que Ryosei no dudará en aceptar… después de todo, qué mayor honor hay para un ronin que el servir a un alto cargo.

Y por ahora es todo lo que contar. Tal vez más adelante, cuando hayamos adquirido nuevas experiencias y vivencias pueda seguir con este diario. Hasta entonces, habrá que seguir con el día a día… a ver que pasa.

3 comentarios:

SithLord dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
SithLord dijo...

La historia está muy bien...

Solo un "pequeño" comentario:

No sabia que era la "crónica de shiro"... Ryosei y Shigure ¿qué?

Nos vengaremos...

Ahora sin bromas, aunque nadie preguntó, la crónica tiene nombre y este es: "La crónica del quinto viento"

Un saludo.

PD: Muy currado el blog :)

Gangrol dijo...

Okidoki... habrá que cambiar el título y el tag de estas dos entradas (que trabajo m´s duro)

Dame un par de meses... y seguro que lo haré (casi parezco funcionario)

Miau