En el principio de los tiempos de la humanidad, cuando la gente aún se resguardaba en cuevas, todo aquello que diera miedo, que fuese desconocido o que no se pudiese controlar, era susceptible de pertenecer a la “fe”.
A medida que iba avanzando la civilización, aquellas incógnitas dieron paso a certezas y por lo tanto a su desaparición “divina”, pues bien es sabido por toda la raza humana que todo aquello que deja de ser desconocido pierde la capacidad de control. Pues por capacidad de control me refiero a aquellos que por su superior inteligencia (o simple astucia) aprovecharon esos miedos e ignorancias para así dar un paso más en sus respectivas sociedades y erigirse por encima de los demás.
Nacen así los sacerdotes, chamanes, místicos o como se les quiera llamar. Simplemente son los “poseedores de la verdad”.
Esta evolución de las creencias viene condicionada tanto por los descubrimientos del ser humano como por os cambios de posición de aquellos poseedores de la verdad suprema, que se dan cuenta de que si quieren seguir en el negocio es mejor cambiar con los tiempos y modificar los antiguos dioses. De esta forma cambian las primeras divinidades (fenómenos naturales, dioses animales, etc) dando lugar a la aparición de las divinidades “humanas”. Así tenemos que cuando los humanos empezaron a sospechar que el trueno no era más que un “algo” independiente de la fe, los sacerdotes transformaron la divinidad de ese trueno en una consecuencia de una divinidad. Así bien el dios en concreto no es que fuese el trueno, sino que el trueno era la consecuencia de alguna reacción de ese dios.
Esas divinidades humanas poseían algo que a la sociedad le gustaba, como era el hecho de que eran falibles, que tenían sus propios problemas, eran seres con los que cualquiera podía identificarse y por ello había tantos... de esta forma no sólo se perpetuaban en el negocio los típicos avispados de turno, sino que se creaban nuevos nichos de mercado para todos aquellos que veían oportunidades. Pues donde hay 10 dioses bien podían haber 100... o 1000.
Pero este concepto pronto se vio que no era “rentable” para los poseedores de la verdad, pues los dioses eran demasiado humanos, no era necesario de un sacerdote para interpretar su designios, cada dios era aceptado por los fieles como un miembro más de la familia. Los sacerdotes corrían el peligro de desaparecer. Y ante ese grave peligro nace un nuevo concepto divino (que no es más que el retorno a la ignorancia pretérita).
Este nuevo dios naciente es un ser tan poderoso que ningún ser humano jamás podrá entenderlo (de ahí la ventaja de pertenecer a ese pequeño grupo de poseedores de la verdad, pues ellos sí podían entenderlo y dar a conocer sus designios). Un ser que otorgaba favores con la misma facilidad con la que podía destruir ciudades. Un ser que sólo con un pensamiento había creado todo el universo.
Este ser está tan alejado de la humanidad que no existe posibilidad de comunicación... por eso siguen siendo necesarios los “poseedores de la verdad”, aquellos que gozan de una dispensa especial y pueden comunicarse con el ser.
Pero aunque este negocio dura lo suyo, nada es eterno y la evolución humana sigue adelante (mal que les pese a esos poseedores de la verdad), aparecen nuevos conceptos, desaparecen ignorancias (precisamente el bien más preciado para ellos, pues sólo mediante la ignorancia se puede dominar a los demás) y el ser humano da un paso más hacia la erradicación de la fe.
Pero ante el sueño de algunos que propugnaban la desaparición de la fe, de la religión y de aquellos que sólo pensaban en aprovecharse de la ignorancia ajena, nace también el sueño de otros, un sueño que vendría a ser: “Eh, si ahora ya no creen en esto, habrá que darles otra cosa en que creer”.
Y así nace la política.
Pues si hacemos un análisis entre aquellos grandes oradores del pasado que contaban a sus fieles las maravillas de seguirlos a ellos y no a otros, de como su apoyo incondicional los elevaría aun reino celestial; y los oradores del presente que cuentan las grandes maravillas que surgirán si les dan el voto y los llevarán a un reino terrenal... la única diferencia real entre ambos radica en que los de antes se basaban en que como no era posible saber lo que pasaba después de muertos, podían aprovechar diciendo que después todo iría bien (total, no podía comprobarse). Los de ahora saben que la gente es más materialista, y que lo que ocurra “Más Allá” no importa tanto como lo que ocurra “Más Acá”, así que prometen el oro y el moro para el ahora... pero con la ventaja de que si ocurre es porque son fantásticos y si no ocurre es porque los “fieles” no han cumplido...
Como siempre ocurre la culpa nunca es del sacerdote sino de los fieles.
Y en esta evolución de la fe ha nacido un nuevo concepto. Así como hace años la fe en dios era lo que movía a la gente, luego la fe en la democracia, pero ambas cayeron en el hastío y la desgana, el concepto actual es el nacionalismo.
Si analizamos el concepto actual de nacionalismo vemos que:
Un “poseedor de la verdad suprema” nos vende una ida, la idea de que pertenecemos a una raza superior a las demás (en este caso por haber nacido o vivido en un lugar determinado), y que las demás razas nos están suprimiendo porque nos tienen miedo, porque nos odian o simplemente porque no saben que existimos. Así que no nos queda más remedio que levantarnos y protestar, luchar por los derechos de esta raza superior.
Sea cual ser el nacionalismo que se venda (tanto sea el nacionalismo gallego, como el vasco, como el catalán, como el español, como el yanqui, como el que quiera que sea) al final el propósito siempre es el mismo... aquel que lo vende vive bien mientras la idea de que lucha por los fieles hace que éstos cedan en sus libertades y sus bienes sin que protesten.
Siempre es lo mismo... tanto criticar a las sectas porque un “avispado” se aprovecha de la credulidad de unos cuantos, cuando en realidad lo vemos día sí día también en la calle. ¿Cuantas conversaciones no habremos tenido con un nacionalista? Da igual de que tipo, yo las he tenido con nacionalistas gallegos, vascos, catalanes y españoles... y en todos los casos el resultado es el mismo, yo soy el enemigo al que hay que matar por no pensar como ellos. Al final el fanatismo es lo único que los mueve. Una idea de que como son “la raza superior” hay que luchar (sea como sea) por ella. Al precio que sea.
Y así tenemos que los nacionalistas justifican las matanzas de ETA, los nacionalistas justifican la bomba puesta en un cajero en la Plaza de Galicia en Santiago de Compostela... porque todo aquello que se haga para el beneficio de la “raza” está bien hecho.
Y cuando alguien les dice que su forma de ver el mundo es incorrecta se le tacha de Nazi y Fascista... demostrando con ello que la mejor forma de dominar a esta plebe es con la ignorancia pues precisamente las matanzas nazis se debían a un problema de raza, que la definición más exacta (aunque no se la encontrará en ningún diccionario) de fascismo es “eliminemos a todo aquel que no piense como nosotros o que no haga lo que les decimos”...
Y lo peor de todo es que se les justifica porque claro... ellos son los “buenos”... los “perseguidos” por una sociedad malvada que los quiere mal... “El Pueblo Elegido por Dios” que camina por valles de lágrimas mientras lucha por sus libertades. Claro que cuando las luchas por las libertades no son más que la eliminación de las libertades de los demás, las cosas hay que cambiarlas... pero como ellos son los “buenos”, todo acto está justificado.
Y no... no existe solución a este problema.
Desde el principio de los tiempos la “fe” en algo (sea dios, sea el aire, sea la bondad humana, sea la raza) es lo que ha permitido que unos pocos controlen a muchos... y mientras el ser humano no se de cuenta de que lo están manipulando, nada se podrá hacer para evitarlo.
Somos una raza de ovejas... un “pastor” nos dice el camino y nosotros caminamos sin siquiera mirar para comprobar que el camino existe de verdad.
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