sábado, 22 de agosto de 2009

Cronicas de los Cinco Vientos: A la caza del bandido

Han pasado cuatro meses desde que partimos, y ahora que hemos regresado, es hora de poner por escrito este informe de misión, así como la "recompensa" (y lo escribo entre comillas pues menuda recompensa que nos han dado) obtenida por su éxito.

Hay que reconocer que en este trabajo las cosas no son como se venden de buenas a primeras. Cualquiera podría pensar que sería como cualquier otro trabajo... es decir, que cuando las cosas salen bien, se reciben premio, ascensos, felicitaciones. Y menuda sorpresa al descubir los que nos espera de ahora en adelante. Aunque estoy adelantando acontecimientos y tal vez sea mejor empezar por el principio.

Como bien comenté en la anterior entrada en este pseudo diario (pseudo pues no se escribe diariamente, sino cada vez que puedo), la misión era algo sencillo, hacerse pasar por ronin, infiltrarse en el grupo de ronin que habría de proteger a la aldea, derrotar a los bandidos y obtener la información sobre las armas de fuego.

Pero saber los objetivos y alcanzarlos son cosas diferentes.

La primera parte fue sencilla. Simplemente nos infiltramos entre los ronin mientras estaban siendo contratados por los aldeanos. Resulta que el primer ronin contratado era un veterano de muchas contiendas y para saber el verdadero potencial de los candidatos se les hacía pasar por una prueba... absurda a mi modo de ver. El caso es que se nos hacía pasar uno a uno a una habitación donde el ayudante del ronin atacaría por sorpresa a los candidatos. Si éstos eran capaces de darse cuenta del ataque, pasarían la prueba. En caso contrario se les rechazaría por negados. En nuestro caso concreto tuvimos un pequeño contratiempo... nosotros no somos unos simples ronin, sino auténticos samurai con auténticas habilidades. Y claro... fue entrar Ryoshei y al pobre ayudante tuvieron que sacarlo en camilla y darle los primeros auxilios para evitar su muerte. Evidentemente fuimos contratados.

Superada la primera parte, era hora de ponerse en marcha hacia la aldea.

Hay que comentar que no fue mal del todo el viaje. Buen tiempo, buena compañía (los ronin que nos acompañaban eran buena gente... menos uno, que la verdad parecía más un vulgar campesino que un auténtico samuria... algo que más adelante comprobaríamos y castigaríamos) y buena comida. Durante este viaje aprendimos ciertas cosillas sobre los bandidos. Sus pautas de conducta, sus ataques al poblado, etc. Cosas que luego pudimos aplicar a nuestra estrategia. Después de todo el hecho de conocer al enemigo es una gran ventaja a la hora de obtener la victoria.

En el pueblo planificamos la estrategia más apropiada para nuestra situación. Y hay que añadir que la ayuda proporcionada por el veterano fue todo un apoyo, pues nada enseña más a un hombre que la experiencia y en su caso iba sobrado de la misma. Entrenamos a los campesinos en el arte de la guerra (más o menos... más bien menos que más, pero bueno) y creamos barricadas para mantener al mínimo las bajas propias mientras maximizábamos las bajas enemigas. Y a partir de entonces todo era cuestión de paciencia. Esperar a que se acercasen para así poder sorprenderlos y derrotarlos. Y mientras esperábamos descubirmos algo. El ronin "campesino" resultó ser un auténtico campesino que se hacía pasar por samurai. Había profanado las almas de guerreros caídos (había tomado sus armas), y había ayudado a los campesinos a armarse con ellas. Este ultraje se castigó con la muerte. Y la del pueblo (aunque para ello deberíamos esperar, pues esta muerte se llevaría a cabo al regresar de la misión y por edicto imperial).

Aunque claro, puede que de cara al pueblo nuestro objetivo fuese defenderlos, pero en realidad nuestra misión era otra... obtener la información de las armas de fuego y eliminarlos. Puede que ambos hechos se solapasen pero no tenía porqué ser así.

El caso es que los exploradores que los bandidos enviaron para comprobar si la cosecha se había recogido resultaron emboscados y apresados por nosotros. Y con una sutil persuasión de uno de ellos (soltamos a los otros tres entre la turba enfurecida de los aldeanos, y le dejamos presenciar lo que les ocurría, y luego le dijimos que o nos contaba lo que queríamos saber o le iba a pasar lo mismo a él... ni los pájaros cantan mejor) obtuvimos toda la información sobre los bandidos: ubicación, número, estrategias, etc.

Con estos datos partimos apresuradamente hacia su guarida, en teoría para informarnos sobre ellos y confirmarlos, en la práctica para cumplir nuestra misión real.

Allí comprobamos que aunque protegidos y con guardias, en realidad no estaban preparados para un ataque furtivo. Seguro que nunca antes habían sido objeto de ataques y estaban confiados. La mayoría se encontraban festejando, y los pocos de guardia no representaban mayor problema para samurais entrenados como nosotros. Pero el enfoque, en lugar de entrar a saco, fue ir por detrás, empleando las tácticas de infiltración de Ryoshei, para así emborrachar aún más a los bandidos, y capturar al jefe en el momento apropiado.

La confianza de los bandidos en su invulnerabilidad fue su perdición. Su borrachera les llevó al sueño del que nunca despertarían y así pudimos capturar al jefe de los bandidos sin perder a nadie de nuestro lado, eliminando la amenaza de los bandidos en el proceso (no quedó ni uno).

Al jefe le aplicamos el mismo procedimiento que al explorador (más o menos) y también aprendió a cantar como los pajaritos. Averiguamos así que las armas de fuego se conseguían en una ciudad cercana a la capital, que el proveedor no tenía nombre (usaba un pseudónimo) ni cara (jamás lo había visto). Que el procedimiento para obtenerlas era tan complicado como inverosimil. Resulta que mediante un mensaje en una piedra que aparecía de la nada en la cabaña de los bandidos, se citaba al jefe a un lugar. En ese lugar, en un hueco de un arbol, aparecía un pergamino con una lista de armas y precios. El jefe procedía a marcar aquellos que quería y dejaba el pergamino con el dinero en el mismo hueco en el plazo de dos días. A partir de ahí tocaba esperar, pues en una semana más o menos aparecería otra piedra en su puerta con otra dirección. Y en esa dirección se encontraban enterradas las armas.

Es decir... estábamos casi como al principio. Nuestras posibilidades de evitar ese tráfico de armas seguían siendo nulas... o casi. Aprovechamos nuestra situación para informarnos sobre este jefe bandido, sobre sus incursiones, sobre su historial delictivo... tal vez así, al conocer sus actividades pasadas podríamos hacer un perfil o una aproximación de perfil de nuestro vendedor fantasma y de a qué tipo de gentuza vendía las armas.

Otra cosa que averiguamos fue que el pueblo que deberíamos proteger en realidad eran tan criminales como los bandidos, pues en todas las cosechas robaban parte de los diezmos para ellos, escondiendo una gran fortuna en el bosque. De ahí que aún con los ataques de los bandidos, ni el daimyo ni los magistrados tuviesen informes de ello. Ya que aún con lo que los bandidos robaban seguían teniendo grandes riquezas para entregar su parte al daimyo y seguir quedándose ellos con un gran porcentaje.

Y claro, sabiendo esto, no hay crimen que quede sin castigo. Como bien aprendieron los del pueblo cuando una visita inesperada de un magistrado (con el ejército detrás) registró el pueblo y el bosque cercano, encontrando cierto alijo que no pensaban encontrar. Como si supiesen que estaría allí. Y así el pueblo entero fue castigado, tanto por el hecho de robarle al daimyo y al emperador, como por el hecho de deshonrar a los bravos samurais caídos robándoles las armas y por ende su alma.

Al regresar a la capital, con la misión cumplida, esperando grandes elogios por parte del jefe. Obtuvimos eso... y más. Resulta que como ascenso por tan buen resultado, se nos consideraría peores que ronin. Se nos consideraría bandidos con precio por nuestras cabezas. Se nos consideraría prófugos de la justicia imperial. Se nos consideraría escoria de la humanidad.

Con los datos obtenidos por pel jefe de los bandidos, podríamos hacernos pasar por los supervivientes del ataque a éstos. Sabríamos de sus incursiones pasadas. Tendríamos un historial delictivo en los bajos fondos. Y lo más importante, el Campeón Esmeralda respaldaría nuesta cohartada con hechos... nuestras caras en carteles de "Busca y Captura". Así, con una tapadera como esa, nuestra siguiente misión sería la de infiltrarnos en los bajos fondos, averiguar todo lo posible sobre el tráfico de armas, eliminar dicho tráfico y, como extra, obtener todos los datos posibles sobre esos bajos fondos para poder ser eliminados después.

Claro... esto está muy bien. Pero, y volviendo a lo que decía al inicio, estos ascensos son un poco curiosos. Pondré en perspectiva el caso. De "don nadie" que vive en el medio del monte, cazando para comer, y viviendo en la inmundicia, pasé a ser un samurai de la noche a la mañana. De samurai, pasé a ser el Campeón Topacio (ganador del Torneo), de éste pasé a ser Magistrado Esmeralda. Una vez como magistrado pasé a ser un ronin... y de ronin a bandido.

No es lo que se pueda decir una progresión lógica. Según esto, en mi próximo ascenso seré una rata de campo... ya puestos.

Pero claro... primero habré de sobrevivir a esta nueva misión. Algo que veo muy difícil. Después de todo, el propio imperio nos perseguirá... y no sólo eso, sino que además de velar por nuestra propia seguridad, hemos de evitar muertes inecesarias entre aquellos que nos persigan, después de todo, son nuestros aliados (aunque ellos no lo sepan). Sinceramente estamos en una encrucijada un tanto peliaguda.

Aunque, todo sea dicho, sin riesgo en la batalla no hay gloria en la victoria... Además, así es todo más divertido, y la auténtica razón por la que bajé del reino celestial al reino humano fue que allí ya estaba un poco cansado de la misma rutina (y de las broncas paternas por no pegar clavo) y necesitaba acción... claro que ahora, tal vez acción sea lo que me sobre.

A saber!!!

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